A principios de los años 90, la creciente gravedad de la situación, obligaba ya a hablar de una emergencia planetaria (Bybee, 1991). Ésta se debía a una serie de problemas estrechamente relacionados: una contaminación que está dando lugar a un peligroso cambio climático y a la degradación de todos los ecosistemas; el agotamiento de recursos vitales; el crecimiento incontrolado de la población mundial; desequilibrios insostenibles, con una quinta parte de la humanidad que consume en exceso y otra quinta parte que sufre una pobreza extrema; conflictos destructivos asociados a dichos desequilibrios; la pérdida de diversidad biológica y cultural, etcétera (Vilches, Macías y Gil, 2009).
El interrogante de si la civilización puede seguir por la misma senda sin mirar sus posibilidades de bienestar futuro es la cuestión de fondo del dilema medioambiental del mundo actual. Tras las fracasadas cumbres internacionales ambientales y sobre el clima, con unos gobiernos nacionales que no adoptan medidas acordes al riesgo de un cambio ambiental catastrófico, ¿existen todavía vías que permitan a la humanidad modificar las conductas actuales para hacerlas más sostenibles? ¿Es aún posible la sostenibilidad? Si la humanidad no logra alcanzar la sostenibilidad, ¿cuándo y cómo terminaran las tendencias insostenibles? ¿Y cómo viviremos esos finales y después de ellos? Independientemente de los términos utilizados es preciso que formulemos estas duras preguntas. De no hacerlo nos arriesgamos a la autodestrucción. (Engelman, 2013, p. 28-29)
A partir de la definición de sostenibilidad de Brundtland (1992), podríamos decir que la insostenibilidad, en su definición más amplia, hace referencia a continuar un modelo de desarrollo que satisfaga las necesidades del presente comprometiendo la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias.
Es una injusticia que las generaciones presentes estén haciendo imposible que las próximas puedan hacer lo mismo (Engelman, 2013). Existen límites sociales y ambientales (Folke, 2013; Raworth, 2013) que ya han sido superados como son el cambio climático, el ritmo de extinción de la biodiversidad o el ciclo del nitrógeno (Echeita y Navarro, 2014).
La UNESCO (2005b, 2017) muestra evidencias de la urgencia de abordar la sostenibilidad. Algunas de ellas están relacionadas con la amenaza para la supervivencia de las comunidades locales, en particular de las minorías étnicas y de los pueblos indígenas, así como de los bosques y de los hábitats de los que dependen esas comunidades. Las nuevas pautas del comercio y de la producción en el mundo plantean nuevos problemas de migración, de asentamiento, de infraestructura y de agotamiento de recursos. Además, la pérdida de especies vegetales y animales, la destrucción de hábitat, la contaminación, el cambio climático o los éxodos de la población a zonas urbanas son otros de los muchos aspectos que deben atajarse desde la sostenibilidad.
Se precisaba una acción intensa y continuada para vencer serias resistencias, fruto del desconocimiento, de la inercia y de miopes intereses particulares a corto plazo (Vilches, Gil Pérez, Toscano y Macías, 2008). Para ello, han surgido iniciativas muy interesantes como la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible, instituido por Naciones Unidas (Resolución 57/254) y que se inició el 1 de enero del 2005 hasta el pasado 2015.
Sin embargo, tras haber finalizado esta década aún está todo por hacer y las escuelas tradicionales, en general, no prestan atención a la situación de insostenibilidad. Es preciso, asumir un compromiso para que aborden la situación de emergencia, con el fin de proporcionar una percepción correcta de los problemas y de fomentar actitudes y comportamientos favorables para el logro de un futuro sostenible. Se trata, en definitiva, de contribuir a formar ciudadanas y ciudadanos conscientes de la gravedad y del carácter global de los problemas, que participen en la toma de decisiones adecuadas (Vilches et al., 2009). Como señala Sachs (2008), “tendremos que apreciar con urgencia que los desafíos ecológicos no se resolverán por sí solos ni de forma espontánea (…) la sostenibilidad debe ser una elección, la elección de una sociedad global que es previsora y actúa con una inusual armonía”(p. 120).
Sin embargo, la mayor parte del éxito del término “desarrollo sostenible” es consecuencia de una definición bastante ambigua y vaga (Dresner, 2002) que incluso se contradice. Nos podemos preguntar si es compatible el desarrollo con la sostenibilidad. Tal vez el llamado desarrollo sostenible no solo no es la mejor opción para la conservación de la Naturaleza, sino que es inviable, en términos ecológicos, económicos e incluso físicos (Rull, 2010).Ya existen algunas propuestas alternativas como el llamado “crecimiento cero” o el “decrecimiento” (Lawn, 2010; Schneider et al., 2010).
Los grupos defensores del decrecimiento creen que el progreso humano sin crecimiento económico es posible y proponen un descenso equitativo de la producción y el consumo capaz de promover el bienestar humano y mejorar las condiciones ecológicas a nivel local y global, a corto y largo plazo (Martínez-Alier, Pascual, Vivien y Zaccai, 2010; Schneider et al., 2010). Esto es lógico si partimos de que en la Tierra el crecimiento ilimitado de la población y del PIB (Producto Interior Bruto) es algo imposible y en algún momento habrá que parar. La imposibilidad de crecimiento ilimitado en un sistema con recursos limitados hace que ambas ideas de sostenibilidad sean utópicas (Rull, 2010).
Coincidimos con Daly (1996)y Lobera (2008), que el concepto de sostenibilidad debe ser una práctica activa en la escuela, al igual que a otros conceptos como el de democracia.
Este posicionamiento implica, por lo tanto, comprender la sostenibilidad como un horizonte y, a la vez, como una práctica cotidiana que nos acerca a éste. La utilización de la expresión sostenibilidad activa, para referirnos a la práctica de buscar, de manera compleja, las causas de los conflictos socioecológicos y participar activa y creativamente en su mejora, nos ayuda a subrayar sus similitudes con el concepto de democracia activa y a enfatizar el sentido de práctica cotidiana que implica la contribución consciente y creativa del ciudadano. (Lobera, 2008, p. 77)
Incluir el criterio de sostenibilidad en un modelo educativo desde la Justicia, supone abogar por un nuevo estilo de desarrollo 1) que sea ambientalmente sustentable en el acceso y uso de los recursos naturales, así como en la preservación de la biodiversidad; 2) que sea socialmente sustentable en la reducción de la pobreza y de la desigualdad; 3) que sea culturalmente sustentable en la conservación del sistema de valores, prácticas y símbolos de identidad; 4) que sean políticamente sustentable al ahondar la democracia y garantizar el acceso y la participación de todos los sectores de la sociedad en la toma de decisiones (Guimarães, 2015; Hervé, 2010; Rawls, 1979; Wissenburg, 1990;).
La escuela debe tener en cuenta en su organización los principios de Justicia Intergeneracional para conservar las opciones, calidad y acceso existentes en el presente y en futuro (Weiss, 1999). El hecho de que las generaciones presentes estén mejorando su suerte a cuenta de hacer más difícil e incluso imposible que puedan hacer lo mismo las generaciones futuras (Engelman, 2013) es una injusticia que ha hecho plantear los límites del planeta (Folke, 2013) y los límites sociales (Raworth, 2013). Es decir, al igual que existe un “techo ambiental” por encima del cual la degradación sería inaceptable, existe también un “suelo social” por debajo del cual se llega a una privación humana inaceptable (Raworth, 2013).
Combinar de este modo los límites planetarios y sociales proporciona una nueva perspectiva sobre el desarrollo sostenible (…). Este marco combina ambas cosas, creando un espacio delimitado tanto por los derechos humanos como por la sostenibilidad ambiental, reconociendo a la vez numerosas interacciones complejas y dinámicas entre los distintos límites. (Raworth, 2013, p. 67)
En la figura 1 mostramos de forma gráfica los límites ambientales y sociales, es decir el espacio justo y seguro que tiene la escuela y su comunidad (Raworth, 2013).
Figura 1. Un espacio justo y seguro para la humanidad.
Fuente: Extraído de Raworth (2013, p. 67).
En definitiva, para que se puedan conquistar los derechos civiles, políticos y económicos y ambientales, se hace urgente construir la necesaria ciudadanía socio-ambiental (Guimarães, 2015), lo que nos obliga a construir una escuela desde la sostenibilidad que contribuya a la Justicia Social y Ambiental.
Según Martínez Huerta (2010), apostar por educar para la sostenibilidad significa definir un proyecto educativo que determine un estilo –de aprendizaje, de organización, de toma de decisiones y de relación entre las personas- y una cultura escolar acorde con los valores afines a esa sostenibilidad. Este autor señala que es necesario reflejar esta sostenibilidad en el currículo y procesos de enseñanza-aprendizaje, en la organización y formas de trabajo, en la comunidad y por último en la gestión de espacios y recursos.
Para conseguir una escuela sostenible es necesaria una ambientalización curricular entendida como un proceso reflexivo y de acción de cara a lograr una educación para la Justicia Ambiental a nivel curricular, teniendo en cuenta la gestión del centro. Este proceso debe permitir tanto el análisis de la realidad socioambiental como la investigación de alternativas coherentes con los valores de la sostenibilidad. Además, supone adquirir competencias a nivel de pensamiento global y de fomento de la responsabilidad, compromiso y acción de la comunidad educativa.
En definiva y como vengo desarrollando en artículos anteriores, es necesario que la escuela en busca de mayor Justicia Social y Ambiental, adquiera un compromiso con la sostenibilidad, pues es la única forma de “defender el futuro o, por lo menos, su existencia” (Carneros et al., 2015, p.190).
Sergio Carneros
Referencias de los autores/as citados: Aquí